Gabriel
despierta enterrado a gran profundidad, y su primera sensación es una acuciante
sed de sangre. Pero mientras vaga por las oscuras calles de Paris en busca de
una presa, una voz lo llama, lo tranquiliza y calma, confiriéndole la fuerza
necesaria para controlar su ansia.
Francesca
Del Ponce es una sanadora, una mujer que irradia bondad de un modo tan intenso
como luz da el sol. Aunque Gabriel sabe que será como seda caliente en sus
brazos, aunque sabe que su sabor será adictivo, teme por su vida y por su
propia alma y la hace suya.
Entonces,
con un desgarrador juramento, ella se entrega: «Me ofrezco a ti, libremente,
sin reserva. Ofrezco mi vida por la tuya, tal es mi derecho». Y en medio de un
torbellino de sentimientos largamente olvidados, Gabriel atisba la salvación.
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