Sarael
Castillo quiso ignorar las palabras de la adivina. Quiso ignorar las cartas del
tarot sobre el negro satinado. Tres de ellas, alineadas en fila.
El pasado.
El presente. El futuro.
El
Colgado. La Torre. La Luna.
Durante
días se había sentido como si una tormenta oscura se acercara rápidamente.
Cuando volvió a mirar las cartas, supo que había llegado. La Torre cayendo
atrapándola en el paisaje nocturno de la Luna.
Nada
podría evitar que Matteo Cabrelli reclamara a Sarael. Había sido creada para
él, su destino escrito con sangre antigua. Una vez que se uniera con ella, no
habría ninguna posibilidad de que La Brama, el hambre, lo controlara. Su sangre
lo saciaría, su cuerpo lo ayudaría, su vida daría un significado más profundo a
la suya propia en lugar de siglos de conquista sin sentido y de alimentación,
de actividades en solitario, tendría una compañera a su lado, una mujer que
fuera suya en todos sentidos. Una mujer que estaría destinada a vivir en su
mundo.
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